7.1.05

Kiero ver hoy kon tus ojos

Sha k no les gusta lo k eskribo les kopio una karta muy interesante k me mandaron por mail

Carlos Canavese es comerciante, vive en San Martín, y escribió esta carta a Clarín. Su hijo había ido al recital de Callejeros, en Cromañón, y ahora está internado, inconsciente, en el Fernández.

Buenos Aires, 2 de enero

A las 11 de la noche del jueves, y cuando me preparaba para dormir, mi vida cambió totalmente. Desde su habitación, mi hija venía gritando hacia la mía. En pocos minutos estaba viajando al centro de exterminio juvenil denominado República Cromañón. Fue la experiencia más terrible de mi vida.

Llegué cuando todavía sacaban a los chicos, todo era un caos. Entre un tumulto de gente perdida vi la primera hilera de cadáveres y mi corazón elevó sus latidos a punto de estallar. Me negué a tener que levantar las telas de cada uno de ellos para tener que encontrarme con una terrible noticia, pero lo tuve que hacer. Y cada vez que lo hacía era morir y nacer, porque ninguno era mi hijo.

Nunca voy a olvidar esos rostros de muerte, de chicos que tenían toda la vida por delante, negros de hollín, de desesperación, de bocas abiertas buscando el último aliento, de ojos desorbitados.

Mi hijo (Guillermo, de 23 años, experto en computación) no estaba en ningún lugar. Empezó mi desesperada y frenética búsqueda en todos los hospitales. No puedo describir lo que he pasado, como tampoco dejar de llorar mientras escribo todo esto. A las 4 de la mañana lo ubiqué en terapia intensiva del Hospital Fernández, debatiéndose entre la vida y la muerte.

Ya ha mejorado un poco, está inconsciente, en coma medicamentosa, lleno de tubos, con mucho toxicidad de carbonilla y humo en el sistema respiratorio. Por suerte no fue aplastado, ni quemado, ni tiene ningún hueso roto, pero su vida corre peligro de infecciones.

Me fue difícil entrar al cuarto de mi hijo, como también prender esta
computadora que él tanto quiere y en la que me ha enseñado todo lo que sé de computación, pero necesito descargar...

Lo que ha pasado es resultado de un montón de cosas mal hechas, de lugares no preparados para este tipo de eventos, con organizadores y patovicas que no tienen la preparación necesaria, de una improvisación propia de un país que aparenta haber salido de una crisis pero que con estos hechos nos damos cuenta de que seguimos sumergidos. ¿Dónde están los controles de venta de entradas? ¿Dónde están las luces de seguridad que deben prenderse si se corta la electricidad? ¿Dónde hay una reglamentación sobre los techos de telgopor y telas plásticas? ¿Dónde están los sistemas antiincendio?
Guillermo se encuentra en buenísimas manos. La terapia intensiva del Hospital Fernández es de Argentina año verde. Está controlado por muchísimos aparatos en un ambiente moderno y muy agradable, con médicos que nos buscan a nosotros en lugar de nosotros a ellos, con enfermeras que controlan todo segundo a segundo.

El proceso será largo y difícil. Habrá inexorablemente convulsiones, infecciones, crisis respiratorias propias del proceso de convalecencia, hasta llegar al último paso, que será su estado mental y psicológico. Sólo me queda esperar, acompañado por toda la gen te que me conoce y mi familia. Y desear, como en las películas, que mi historia termine con un final feliz.

Buenos Aires, 3 de enero

A pesar de que estoy escribiendo esto, se me cortan las palabras como si estuviera hablando. Recién vengo del hospital y en un rato volveré otra vez. Esta mañana me pasó algo fuerte. Un psicólogo nos reunió a todos los familiares que estábamos esperando noticias de seres queridos en terapia intensiva. Allí, uno de ellos se presentó: era el guitarrista del grupo Callejeros, Maximiliano.

De pronto creí que todos lo iban a matar. Su padre está frente al box de mi hijo, con la misma gravedad. Además, tiene a cinco familiares muertos, entre ellos un sobrino muy chico, sus dos tíos... y sólo se limitó a decir que si hubiera pensado en el peligro no hubiera hecho el recital, ni hubiera estado allí toda su familia completa. Dijo que dejó de tocar el segundo tema porque no comprendía, porque los chicos bailaban alrededor de los restos incendiados que caían del techo pensando que formaba parte de una escenografía.

Pobre Maximiliano!!! Estábamos todos con la misma cruz. En el mismo
instante, él se convirtió en uno más de nosotros. No sabía cómo mirarnos ni hablarnos.

Desde el principio, mi hijo siguió a Callejeros. Se lo comenté a Maximiliano, se emocionó, le pedí que viniera conmigo y que le hablara a mi hijo (a pesar de que está en coma), y que le dijera que su ídolo estaba a su lado. Se sintió desorientado, se acercó muy tímidamente, le pidió un perdón y un aguante. Los dos terminamos llorando.

Sé que mi hijo me escucha y que se habrá puesto muy contento de que su ídolo esté a su lado, hablándole....

Perdón no puedo seguir.

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